9 de noviembre de 2014

Tengo que volver

Eran las 4 de la tarde y Andrés ya había caminado 100 metros a la redonda buscando palos. Se dirigía a lavarse las manos sucias de barro en el Rio Tolo. Su larga jornada de reciclar palos para preparar el café al día siguiente en un fogón de leñas había terminado. Sus días con aquel invierno eran agotadores, pues la lluvia no le permitía encontrar muchos troncos secos, en una playa solitaria, pero llena de troncos, que en sí lo que hacían era bulto y basura.

Metió los pies hasta la altura de los gemelos en la corriente natural que pertenece al rio después de un largo aguacero, algo que fluye de manera natural. Encogió las rodillas de tal forma que le permitiera tocar el agua y poder sumergir las manos para quitarse uno a uno los pegotes de barro que el reciclaje le había dejado en las uñas y en los dedos. Con un poco de arena que recogió del fondo del agua, empezó a estregar sus manos, pasando la arena por cada uno de sus dedos, sumergiéndolos en el agua turbia a cada momento. Termino su lavada, considerándola profunda, pues no veía ni una mancha de barro. Dio la espalda. Empezó a caminar forzosamente en el agua, haciéndole la lucha a la corriente. Sintió un chuzón en los pies pero no le prestó atención. Siguió caminando forzadamente, hasta salir del agua. Sus fuerzas estaban puestas en la corriente o al menos eso era lo que él creía.

En las playas del Darién Colombiano, encontrarse con selvas tropicales hace parte del “paraíso” fronterizo de Colombia. Al lado del rio, se hallaba un árbol, de esos que se aferran a la vida con solo sentir el aroma y el sonido del rio, y que año tras año muestra su misión en este mundo, producir las guanábanas más grandes y verdes de la región. Andrés con ansías de tener una para calmar sus antojos, se sube al árbol, del cual se baja inmediatamente, sintiéndose muy débil.

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El dolor pareciera que se iba apoderando de su cuerpo, del cual solo desconocía una pequeña incisión en forma de colmillos, pero que le estaba causando esa gran desazón. Da tres pasos, se detiene. Luego avanza dos más y se detiene. Piensa ¿qué me pasa?. Continúa caminando. Se intenta caer. Se sienta. Pasan dos o tres personas. Le preguntan ¿qué te pasa?, ¡estas pálido, amarillo!, ¿te sientes bien? Yo creo que me pico un pez sapo, exclama.

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Colombia es el segundo país más multicultural del planeta, cuenta con un número de especies significativas a nivel global. Posee la mitad de paramos existentes, lo que lo convierte en uno de los países con más áreas húmedas. En el Choco existe el mayor porcentaje de endemismo del mundo para un área continental, incluso para las aves. Se estima que en el Chocó se encuentran de 8 a 9 mil especies de plantas, 56 especies de anfibios.

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Camina a pasos lentos, hasta que llega a una choza. Andrés hacia cuatro semanas que se encontraba acampando en la playa a las afuera del pueblo donde nació. Su cara y su mirada le dicen a su madre que algo está marchando mal en su cuerpo. La madre lo mira con angustia y le dice qué te paso, pero él no pareciera oírle. ¡Andrés!, dice y lo agarra fuertemente con las dos manos. Se impacienta. Él le dice que no le insista que se siente mal. Su cuerpo se está debilitando. Después de unos minutos, alza la cabeza. Vuelve y la baja. Su ingenuidad le está jugando una situación aún más cruel.

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Mis pensamientos se iban yendo, y sentía que mi cuerpo caía junto conmigo, ¡Que debilidad! Quería tirarme al suelo, descansar de tanta presión a mis 14 años. De mí no salían lamentos, no me quejaba. Simplemente mantenía la calma. Las lágrimas pasaban por mi mejilla en silencio.

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Su madre, desesperada, empieza a tocarlo, buscando una huella de lo sucedido. Su mirada corre más rápido que sus pensamientos, pero no consigue nada. Se impacienta aún más. Lo cuida de la misma forma que cuando lo tocaba recién nacido, él no hablaba, no daba detalles de sus sentimientos.

Llega un amigo vecino, y ella le dice que la deje tranquila. A Andrés le está pasando algo. El hombre desiste. Exclama que lo lleven al hospital. Luego de unos minutos de desconcertado silencio.

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Quisiera hundir mi cara sus prendas, pero mejor me quedo quieta, en silencio, sintiendo las palpitaciones del cuerpo de mi pequeño, hoy parece dejarme sola. Pero no es así. Él empieza a toser. Inmediatamente empiezo a tocarle, manos, el estómago, las piernas, queriendo sentir su calor corporal, pero él cada vez está más frío. Muevo los pies de mi hijo, mi vecino amigo se da cuenta que Andrés tiene uno chuzones en la planta del pie. Y exclama: Lo pico una serpiente. Sentí que el mundo se me venía encima.

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Corrimos, Andrés ya no reaccionaba, no sabía si llorar o mantener la calma, buscaba los papeles del médico por toda nuestra casa y no los encontraba, de mi dependía la salvación de su vida, o al menos eso era lo que yo creía. Llegamos al hospital, sus paredes estaban sucias, sus sillas oxidadas y hacia tanto frio que sentí que la enferma ya era yo. La enfermera nos recibió, su cara se veía agotada, pero la de mi hermano aún más. Exclame: necesito que no ayuden, mi hermano no reacciona.

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Para sorpresa mía, no había suero antiofídico en Acandí, mi tensión fue aún mayor. Mi hijo por circunstancia de la vida se moría y yo sin poder hacer nada. A mi mente solo venían reproches, ¿Por qué lo deje ir a ese lugar? ¿Qué hice mal? ¿Me merezco esto?. Busque una silla para quedarme a su lado, me senté y empecé a mirarlo fijamente, su color pálido me hablaban por él

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Andrés tenía 14 años, iba para  noveno de bachillerato en el Colegio Agropecuario Diego Luis Córdoba, de Acandí Chocó. Los jóvenes de esa tierra dedican la mayor parte de sus vacaciones a recorrer fincas, bañarse en ríos u otros a viajar, también a realizar campamentos en las playas del mar caribe, así como lo hacia él.

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En las semanas siguientes Andrés mejoró rápidamente con los medicamentos que le suministraron. Su cara tiene ya el color natural y vuelve a él la frescura de la vida. Su madre le dice y le suplica: Hijo, no vuelvas a ir más por allá. Él con su cara un poco indecisa, pero a la vez confiado le dice: Ma’ tengo que volver.

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